Baruc

La Santa BibliaEste breve opúsculo atribuido a BARUC -el discípulo y hombre de confianza del profeta Jeremías (Jer. 32. 13-14; 36. 1-20; 43. 6-7; 45)- consta de varios fragmentos heterogéneos, pertenecientes a autores y géneros literarios diversos. Dichos fragmentos, originariamente independientes, fueron reunidos en un pequeño volumen hacia mediados del siglo II a. C., en alguna comunidad judía de la Dispersión.

A pesar de sus notables diferencias, los textos reunidos en el libro de Baruc presentan un rasgo común: todos se refieren explícitamente al exilio babilónico, considerado como una imagen simbólica de la situación en que se encontraban muchos judíos dispersos en un ambiente generalmente hostil. Lejos de su patria, ellos llegaron a comprender que el retorno de los deportados a Sión, después del exilio en Babilonia, no podía ser la gloriosa restauración que el Señor había prometido a Israel (Is. 40 - 66), sino la prefiguración y la garantía de la misma. Mientras llegaba ese día tan esperado, el libro de Baruc les recordaba que la conversión a Dios y la búsqueda de la verdadera Sabiduría, identificada con la Ley de Moisés (4. 1), debían preparar el camino a la intervención definitiva del Señor en favor de su Pueblo.
 
Capítulo 1: Baruc 1

Introducción

1 1 Texto del escrito que Baruc, hijo de Nerías, hijo de Maasías, hijo de Sedecías, hijo de Asadías, hijo de Jilquías, escribió en Babilonia, 2 en el año quinto, el séptimo día del mes, en la época en que los caldeos habían tomado Jerusalén y la habían incendiado.

3 Baruc leyó el texto de este escrito en presencia de Jeconías, hijo de Joaquím, rey de Judá, y de todo el pueblo que había venido para escuchar esta lectura; 4 en presencia de las autoridades y de los príncipes reales, de los ancianos y de todo el pueblo –desde el más pequeño hasta el más grande– de todos los que habitaban en Babilonia junto al río Sud.

5 Se derramaron lágrimas, se ayunó y se oró delante del Señor.

6 También se recogió dinero según las posibilidades de cada uno, 7 y se lo envió a Jerusalén, al sacerdote Joaquím, hijo de Jilquías, hijo de Salóm, y a los otros sacerdotes y a todo el pueblo que se encontraba con él en Jerusalén.

8 Baruc ya había recuperado, el décimo día del mes de Siván, los vasos de la Casa del Señor sacados del Templo, a fin de devolverlos a la tierra de Judá. Eran objetos de plata que había hecho Sedecías, hijo de Josías, rey de Judá, 9 después que Nabucodonosor, rey de Babilonia, deportó desde Jerusalén y llevó a Babilonia a Jeconías, a los príncipes, a los rehenes, a los nobles y a la gente del país.

10 Les escribieron lo siguiente: Aquí les enviamos dinero; compren con él víctimas para los holocaustos y los sacrificios por el pecado, y también incienso; hagan ofrendas y preséntenlas sobre el altar del Señor, nuestro Dios.

11 Rueguen por la vida de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y por la de su hijo Baltasar, para que sus días sean sobre la tierra como los días del cielo.

12 Que el Señor nos dé fuerza e ilumine nuestros ojos, para que vivamos a la sombra de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y a la sombra de su hijo Baltasar, y lo sirvamos mucho tiempo, gozando de su favor.

13 Rueguen también por nosotros al Señor, nuestro Dios, porque hemos pecado contra él, y la ira del Señor y su indignación no se han alejado de nosotros hasta el día de hoy.

14 Lean este libro, que nosotros les enviamos para que se haga confesión de los pecados en la Casa del Señor, en el día de la Fiesta y en los días de la Asamblea.

ORACIÓN PENITENCIAL

Al prólogo narrativo sigue una "liturgia penitencial", en la que Israel reconoce la justicia del Señor al someterlo a la prueba del exilio y le dirige una ardiente súplica pidiéndole el perdón de sus culpas. Esta confesión nacional tiene muchos puntos de contacto con las que se encuentran en Sal.

106; Dn. 9. 4-19; Esd. 9. 6-15; Neh. 9. 5-37.
La confesión de los pecados

15 Ustedes dirán: Al Señor, nuestro Dios, pertenece la justicia; a nosotros, en cambio, la vergüenza reflejada en el rostro, como sucede en el día de hoy: vergüenza para los hombres de Judá y los habitantes de Jerusalén, 16 para nuestros reyes y nuestros jefes, para nuestros sacerdotes, nuestros profetas y nuestros padres.

17 Porque hemos pecado contra el Señor, 18 le hemos sido infieles y no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios, que nos mandaba seguir los preceptos que él puso delante de nosotros.

19 Desde el día en que el Señor hizo salir a nuestros padres del país de Egipto, hasta el día de hoy, hemos sido infieles al Señor, nuestro Dios, y no nos hemos preocupado por escuchar su voz.

20 Por eso han caído sobre nosotros tantas calamidades, así como también la maldición que el Señor profirió por medio de Moisés, su servidor, el día en que hizo salir a nuestros padres del país de Egipto, para darnos una tierra que mana leche y miel. Esto es lo que nos sucede en el día de hoy.

21 Nosotros no hemos escuchado la voz del Señor, nuestro Dios, conforme a todas las palabras de los profetas que él nos envió.

22 Cada uno se dejó llevar por los caprichos de su corazón perverso, sirviendo a otros dioses y haciendo el mal a los ojos del Señor, nuestro Dios.
 
Capítulo 2: Baruc 2

2 1 Por eso el Señor ha cumplido la amenaza que había pronunciado contra nosotros, contra los jueces que gobernaron a Israel, contra nuestros reyes, contra nuestros jefes y contra los hombres de Israel y de Judá.

2 Nunca se hizo bajo el cielo nada semejante a lo que él hizo en Jerusalén, conforme a lo que está escrito en la Ley de Moisés, 3 a tal punto que llegamos a comer, uno la carne de su hijo, y otro la carne de su hija.

4 Él los entregó en manos de todos los reinos que nos rodean, para que cayeran en el oprobio y la desolación, entre todos los pueblos de los alrededores donde el Señor los dispersó.

5 Así quedaron sometidos, en lugar de prevalecer, porque nosotros hemos pecado contra el Señor, nuestro Dios, al no escuchar su voz.

6 Al Señor, nuestro Dios, pertenece la justicia; a nosotros, en cambio, y a nuestros padres la vergüenza reflejada en el rostro, como sucede en el día de hoy.

7 Todo lo que el Señor había anunciado contra nosotros, todas esas desgracias nos han sobrevenido.

8 Nosotros no hemos aplacado con nuestras súplicas el rostro del Señor, apartándonos cada uno de los pensamientos de su corazón perverso.

9 Por eso el Señor estuvo atento a estas calamidades y las descargó sobre nosotros, porque él es justo en todo lo que nos manda hacer.

10 Pero nosotros no hemos escuchado la voz del Señor, que nos mandaba seguir los preceptos que él puso delante de nosotros.

Súplica para obtener el perdón

11 Y ahora, Señor, Dios de Israel, que hiciste salir a tu pueblo de la tierra de Egipto con mano fuerte, con signos y portentos, con gran poder y con el brazo en alto, haciéndote así un Nombre famoso hasta el día de hoy, 12 nosotros hemos pecado, nos hemos hecho impíos, hemos incurrido en la injusticia, Señor, Dios nuestro, desobedeciendo todas tus prescripciones.

13 Que tu furor se aparte de nosotros, porque hemos quedado muy pocos entre las naciones donde nos has dispersado.

14 Escucha, Señor, nuestra oración y nuestra súplica, y por tu honor, líbranos y concédenos el favor de aquellos que nos han deportado, 15 para que toda la tierra conozca que tú eres el Señor, nuestro Dios, porque tu Nombre ha sido invocado sobre Israel y sobre su raza.

16 Mira, Señor, desde tu santa morada y piensa en nosotros; inclina tu oído y escucha; 17 abre, Señor, tus ojos y mira; porque no son los muertos que están en el Abismo, aquellos cuyo espíritu ha sido arrancado de sus entrañas, los que tributan gloria y justicia al Señor; 18 sino que es el alma llena de aflicción, y son los que caminan encorvados y sin fuerzas, los ojos debilitados y el alma hambrienta los que te tributan, Señor, gloria y justicia.

19 No es por las obras de justicia de nuestros padres y de nuestros reyes, que nosotros presentamos nuestra súplica delante de tu rostro, Señor, Dios nuestro.

20 Porque tú has enviado sobre nosotros tu furor y tu indignación, como lo habías anunciado por medio de tus servidores, los profetas, diciendo: 21 Así habla el Señor: Dobleguen sus espaldas y sirvan al rey de Babilonia, y permanecerán en la tierra que yo he dado a sus padres.

22 Pero si ustedes no escuchan la voz del Señor, sirviendo al rey de Babilonia, 23 yo haré cesar en las ciudades de Judá y dentro de Jerusalén el grito de gozo y el grito de alegría, el canto del esposo y el canto de la esposa, y todo el país se convertirá en un desierto sin habitantes.

24 Y nosotros no hemos escuchado tu voz, que nos mandaba servir al rey de Babilonia; por eso, tú has cumplido la amenaza que habías pronunciado por medio de tus servidores, los profetas, a saber, que serían sacados de su sitio los huesos de nuestros reyes y los huesos de nuestros padres.

25 Y ahora han sido arrojados al calor del día y al frío de la noche, después de haber muerto en medio de crueles sufrimientos, por el hambre, la espada y la peste.

26 Tú has reducido esta Casa sobre la que había sido invocado tu Nombre, a lo que es en el día de hoy, a causa de la maldad de la casa de Israel y de la casa de Judá.

27 Sin embargo, tú nos has tratado, Señor, Dios nuestro, conforme a toda tu benignidad y a tu gran compasión, 28 como lo habías anunciado por medio de Moisés, tu servidor, el día en que le ordenaste escribir tu Ley en presencia de los israelitas, diciendo: 29 "Si ustedes no escuchan mi voz, esta grande, esta inmensa muchedumbre será reducida a un pequeño número entre las naciones adonde los dispersaré.

30 Yo sé, en efecto, que ellos no me escucharán, porque son un pueblo obstinado y rebelde, pero en la tierra de su exilio, volverán sobre sí mismos 31 y conocerán que yo soy el Señor, su Dios. Les daré un corazón y oídos dóciles, 32 y ellos me alabarán en la tierra de su exilio y se acordarán de mi Nombre.

33 Se arrepentirán de su obstinación y de sus malas acciones, porque se acordarán de la suerte de sus padres que pecaron contra el Señor.

34 Entonces los haré volver a la tierra que juré dar a sus padres, a Abraham, a Isaac y a Jacob, y se adueñarán de ella. Los multiplicaré y ya no disminuirán.

35 Estableceré para ellos una alianza eterna, para que yo sea su Dios y ellos sean mi Pueblo, y ya no arrojaré más a mi pueblo Israel de la tierra que les he dado".
 
Capítulo 3: Baruc 3

Reiteración de la súplica

3 1 Señor todopoderoso, Dios de Israel, es un alma angustiada y un espíritu acongojado el que grita hacia ti.

2 Escucha, Señor, y ten piedad, porque hemos pecado contra ti.

3 Tú permaneces para siempre, mientras que nosotros perecemos para siempre.

4 Señor todopoderoso, Dios de Israel, escucha la plegaria de los muertos de Israel, de los hijos de aquellos que han pecado contra ti y no han escuchado la voz del Señor, su Dios, por lo que han caído sobre nosotros estas calamidades.

5 No te acuerdes de las injusticias de nuestros padres, sino acuérdate en este momento de tu mano y de tu Nombre.

6 Porque tú eres el Señor, nuestro Dios, y nosotros te alabaremos, Señor.

7 Sí, tú has infundido tu temor en nuestro corazón, para que invocáramos tu Nombre, y nosotros te alabaremos en nuestro exilio, porque hemos arrojado de nuestro corazón toda la injusticia de nuestros padres que pecaron contra ti.

8 Aquí estamos hoy en la tierra de nuestro exilio donde tú nos has dispersado, soportando el oprobio, la maldición y la condena, por todas las injusticias de nuestros padres, que se apartaron del Señor, nuestro Dios.

REFLEXIÓN SOBRE LA SABIDURÍA

En la segunda parte del Libro, un "poema sapiencial" presenta a la Sabiduría como una realidad misteriosa, desconocida por los hombres y accesible únicamente a Dios, pero que "apareció sobre la tierra, y vivió entre los hombres" (3. 38) desde el momento en que el Señor reveló su Ley a Israel.

Exhortación a volver a la fuente de la Sabiduría

9 Escucha, Israel, los mandamientos de vida;
presta atención para aprender a discernir.

10 ¿Por qué, Israel, estás en un país de enemigos
y has envejecido en una tierra extranjera?

11 ¿Por qué te has contaminado con los muertos,
contándote entre los que bajan al Abismo?

12 ¡Tú has abandonado la fuente de la sabiduría!

13 Si hubieras seguido el camino de Dios,
vivirías en paz para siempre.

14 Aprende dónde está el discernimiento,
dónde está la fuerza y dónde la inteligencia,
para conocer al mismo tiempo
dónde está la longevidad y la vida,
dónde la luz de los ojos y la paz.

La Sabiduría inaccesible a la inteligencia humana

15 ¿Quién ha encontrado el lugar de la Sabiduría,
quién ha penetrado en sus tesoros?

16 ¿Dónde están los jefes de las naciones,
los que dominaban las bestias de la tierra
17 y se divertían con las aves del cielo;
los que atesoraban la plata y el oro,
en los que los hombres ponen su confianza,
y cuyas posesiones no tenían límite;
18 los que trabajaban la plata con tanto cuidado,
que sus obras sobrepasan la imaginación?

19 Ellos han desaparecido, han bajado al Abismo,
y han surgido otros en su lugar.

20 Otros más jóvenes han visto la luz
y han habitado sobre la tierra,
pero no han conocido el camino de la ciencia,
21 no han comprendido sus senderos.
Tampoco sus hijos la han alcanzado
y se han alejado de sus caminos.

22 No se oyó nada de ella en Canaán,
ni se la vio en Temán.

23 Ni siquiera los hijos de Agar,
que buscan la ciencia sobre la tierra,
ni los mercaderes de Merrán y de Temán,
inventores de fábulas y buscadores de inteligencia,
han conocido el camino de la sabiduría,
ni se han acordado de sus senderos.

24 ¡Qué grande, Israel, es la morada de Dios,
qué extenso es el lugar de su dominio!

25 ¡Es grande y no tiene fin,
excelso y sin medida!

26 Allí nacieron los famosos gigantes de los primeros tiempos,
de gran estatura y expertos en la guerra.

27 Pero no fue a ellos a quienes Dios eligió
y les dio el camino de la ciencia;
28 ellos perecieron por su falta de discernimiento,
perecieron por su insensatez.

29 ¿Quién subió al cielo para tomarla
y hacerla bajar de las nubes?

30 ¿Quién atravesó el mar para encontrarla
y traerla a precio de oro fino?

31 Nadie conoce su camino,
ni puede comprender su sendero.

La Sabiduría, prerrogativa de Israel

32 Pero el que todo lo sabe, la conoce,
la penetró con su inteligencia;
el que formó la tierra para siempre,
y la llenó de animales cuadrúpedos;
33 el que envía la luz, y ella sale,
la llama, y ella obedece temblando.

34 Las estrellas brillan alegres en sus puestos de guardia:
35 él las llama, y ellas responden: "Aquí estamos",
y brillan alegremente para aquel que las creó.

36 ¡Este es nuestro Dios,
ningún otro cuenta al lado de él!

37 Él penetró todos los caminos de la ciencia
y se la dio a Jacob, su servidor,
y a Israel, su predilecto.

38 Después de esto apareció sobre la tierra,
y vivió entre los hombres.
 
Capítulo 4: Baruc 4

La Sabiduría identificada con la Ley

4 1 La Sabiduría es el libro de los preceptos de Dios,
y la Ley que subsiste eternamente:
los que la retienen, alcanzarán la vida,
pero los que la abandonan, morirán.

2 Vuélvete, Jacob, y tómala,
camina hacia el resplandor, atraído por su luz.

3 No cedas a otro tu gloria,
ni tus privilegios a un pueblo extranjero.

4 Felices de nosotros, Israel,
porque se nos dio a conocer lo que agrada a Dios.

EXHORTACIÓN A LOS EXILIADOS Y CONSUELO DE JERUSALÉN

El libro de Baruc concluye con un "mensaje profético", que evoca el dolor de Jerusalén al ver que sus hijos eran llevados al exilio y anuncia el gozoso retorno de los deportados a la Tierra que el Señor les había dado como herencia.

El castigo de Israel, consecuencia de su infidelidad

5 ¡Ánimo, pueblo mío,
memorial viviente de Israel!

6 Ustedes fueron vendidos a las naciones,
pero no para ser aniquilados;
es por haber excitado la ira de Dios,
que fueron entregados a sus enemigos.

7 Ustedes irritaron a su Creador,
ofreciendo sacrificios a los demonios y no a Dios;
8 olvidaron al Dios, eterno, el que los sustenta,
y entristecieron a Jerusalén, la que los crió.

9 Porque ella, al ver que la ira del Señor
se desencadenaba contra ustedes, exclamó:

El lamento de Jerusalén

"Escuchen, ciudades vecinas de Sión:
Dios me ha enviado un gran dolor.

10 Yo he visto el cautiverio
que el Eterno infligió a mis hijos y a mis hijas.

11 Yo los había criado gozosamente
y los dejé partir con lágrimas y dolor.

12 Que nadie se alegre al verme viuda
y abandonada por muchos.
Estoy desolada por los pecados de mis hijos,
porque se desviaron de la Ley de Dios:
13 ellos no conocieron sus preceptos,
no siguieron los caminos de sus mandamientos
ni anduvieron por las sendas de la instrucción,
conforme a su justicia.

14 ¡Que vengan las vecinas de Sión,
y recuerden el cautiverio
que el Eterno infligió a mis hijos y a mis hijas!

15 Porque él hizo venir contra ellos a una nación lejana,
una nación insolente, de lengua desconocida,
que no respetó al anciano
ni tuvo compasión del niño;
16 que se llevó a los hijos queridos de la viuda
y la dejó desolada, privándola de sus hijas.
17 Y yo ¿cómo podré socorrerlos?

18 El mismo que les infligió esos males
los librará de las manos de sus enemigos.

19 ¡Vayan, hijos, vayan,
mientras yo me quedo desolada!

20 Yo me quité el vestido de fiesta,
me puse ropa de suplicante
y clamaré al Eterno mientras viva.

21 ¡Ánimo, hijos, clamen a Dios,
y él los librará de la tiranía y del poder de sus enemigos!

22 Porque yo espero que el Eterno les dará la salvación,
y el Santo me ha llenado de alegría
por la misericordia que pronto les llegará
del Eterno, su Salvador.

23 Yo los dejé partir con dolor y lágrimas,
pero Dios los hará volver a mí,
con gozo y alegría para siempre.

24 Así como ahora las ciudades vecinas de Sión
están viendo el cautiverio de ustedes,
así verán pronto la salvación que les llegará de Dios,
con la gran gloria y el esplendor del Eterno.
25 Hijos, soporten con paciencia la ira
que les ha sobrevenido de parte de Dios.
Tu enemigo te ha perseguido,
pero pronto verás su ruina
y pondrás tu pie sobre su cuello.

26 Mis tiernos hijos han recorrido ásperos caminos,
fueron llevados como un rebaño arrebatado por el enemigo.

27 ¡Ánimo, hijos, clamen a Dios,
porque aquel que los castigó se acordará de ustedes!

28 Ya que el único pensamiento de ustedes
ha sido apartarse de Dios,
una vez convertidos,
búsquenlo con un empeño diez veces mayor.

29 Porque el que atrajo sobre ustedes estos males
les traerá, junto con su salvación, la eterna alegría".

Mensaje de consolación para Jerusalén

30 ¡Ánimo, Jerusalén!
El que te dio un nombre te consolará.

31 ¡Ay de los que te maltrataron
y se alegraron de tu caída!

32 ¡Ay de las ciudades que esclavizaron a tus hijos,
ay de aquella que recibió a tus hijos!

33 Porque así como ella se alegró de tu caída
y se regocijó por tu ruina,
así se afligirá por su propia desolación.

34 Yo le quitaré su alegría de ciudad populosa,
y su jactancia se convertirá en duelo.

35 Caerá fuego sobre ellade parte del Eterno
durante muchos días,
y será morada de los demonios
por muy largo tiempo.

36 Mira hacia el Oriente, Jerusalén,
y contempla la alegría que te viene de Dios.

37 Ahí llegan tus hijos, los que habías visto partir;
llegan reunidos desde el oriente al occidente
por la palabra del Santo,
llenos de gozo por la gloria de Dios.
 
6
Capítulo 5: Baruc 5

5 1 Quítate tu ropa de duelo y de aflicción, Jerusalén,
vístete para siempre con el esplendor de la gloria de Dios,
2 cúbrete con el manto de la justicia de Dios,
coloca sobre tu cabeza la diadema de gloria del Eterno.

3 Porque Dios mostrará tu resplandor
a todo lo que existe bajo el cielo.

4 Porque recibirás de Dios para siempre este nombre:
"Paz en la justicia" y "Gloria en la piedad".

5 Levántate, Jerusalén, sube a lo alto
y dirige tu mirada hacia el Oriente:
mira a tus hijos reunidos desde el oriente al occidente
por la palabra del Santo,
llenos de gozo, porque Dios se acordó de ellos.

6 Ellos salieron de ti a pie, llevados por enemigos,
pero Dios te los devuelve,
traídos gloriosamente como en un trono real.

7 Porque Dios dispuso que sean aplanadas
las altas montañas y las colinas seculares,
y que se rellenen los valles hasta nivelar la tierra,
para que Israel camine seguro bajo la gloria de Dios.

8 También los bosques y todas las plantas aromáticas
darán sombra a Israel por orden de Dios,
9 porque Dios conducirá a Israel en la alegría,
a la luz de su gloria,
acompañándolo con su misericordia y su justicia.
 
 
Capítulo 6: Baruc 6

1 Por los pecados que habéis cometido delante de Dios, vais a ser llevados cautivos a Babilonia por Nabucodonosor, rey de los babilonios.
2 Una vez llegados a Babilonia, estaréis allí muchos años y por largo tiempo, hasta siete generaciones; pero después yo os sacaré de allí en paz.
3 Ahora vais a ver en Babilonia dioses de plata, de oro y de ma madera, que son llevados a hombros y que infunden temor a los gentiles.
4 Estad alerta, no hagáis vosotros también como los extranjeros de modo que os entre temor de esos dioses,

5 cuando veáis la turba delante y detrás de ellos adorándoles. Decid entonces en vuestro interior: "A ti solo se debe adoración, Señor."
6 Pues mi ángel está con vosotros: él tiene cuidado de vuestras vidas.
7 Porque la lengua de esos dioses ha sido limada por un artesano, y ellos, por muy dorados y plateados que estén, son falsos y no pueden hablar.
8 Como para una joven presumida, así ellos toman oro y preparan coronas para las cabezas de sus dioses.
9 Ocurre a veces que los sacerdotes roban a sus dioses oro y plata y lo emplean en sus propios gastos, y llegan a dárselo incluso a las prostitutas de la terraza.

10 Los adornan también con vestidos como si fuesen hombres, a esos dioses de plata, oro y madera; pero éstos no se libran ni de la roña ni de los gusanos.
11 Por muy envueltos que estén en vestidos de púrpura, tienen que lavarles la cara, debido al polvo de la casa que los recubre espesamente.
12 Hay quien empuña el cetro como un gobernador de provincia, pero no podría aniquilar al que le ha ofendido.
13 Otro tiene en su diestra espada y hacha, pero no puede defenderse de la guerra ni de los ladrones.

14 Por donde bien dejan ver que no son dioses. Así que no les temáis.
15 Como el vaso que un hombre usa, cuando se rompe, se hace inservible, así les pasa a sus dioses una vez colocados en el templo.
16 Sus ojos están llenos del polvo levantado por los pies de los que entran.
17 Lo mismo que a uno que ha ofendido al rey se le cierran bien las puertas, como que está condenado a muerte, así los sacerdotes aseguran las casas de estos dioses con puertas, cerrojos y trancas, para que no sean saqueados por los ladrones.

18 Les encienden lámparas y aun más que para ellos mismos, cuando los dioses no pueden ver ni una sola de ellas.
19 Les pasa lo mismo que a las vigas de la casa cuyo interior se dice que está aplillado. A los gusanos que suben del suelo y los devoran, a ellos y sus vestidos, no los sienten.
20 Sus caras están ennegrecidas por la humareda de la casa.
21 Sobre su cuerpo y sus cabezas revolotean lechuzas vencejos y otros pájaros; y también hay gatos.
22 Por donde podéis ver que no son dioses; así que no les temáis.

23 El oro mismo con que los recubren para embellecerlos no lograría hacerlos brillar si no hubiera quien le limpiara la herrumbre, pues ni cuando eran fundidos se daban cuenta.
24 A enorme precio han sido comprados esos dioses en los que no hay soplo de vida.
25 Al no tener pies, son llevados a hombros, exhibiendo así a los hombres su propia ignominia; y quedan también en vergüenza sus servidores, porque si aquéllos llegan a caer en tierra, tienen que ser levantados por ellos.

26 Si se les pone en pie, no pueden moverse por sí mismos; si se les tumba, no logran enderezarse solos; como a muertos, se les presentan las ofrendas.
27 Sus víctimas las venden los sacerdotes y sacan provecho de ellas; también sus mujeres ponen una parte en conserva, sin repartir nada al pobre ni al enfermo; y las mujeres que acaban de dar a luz y las que están en estado de impureza tocan sus víctimas.
28 Conociendo, pues, por todo esto que no son dioses, no les temáis.

29 ¿Cómo, en efecto, podrían llamarse dioses? Son mujeres las que presentan ofrendas ante estos dioses de plata, oro y madera.
30 Y en sus templos los sacerdotes se están sentados, con las túnicas desgarradas, las cabezas y las barbas rapadas y la cabeza descubierta;
31 y vocean chillando delante de sus dioses como hacen algunos en un banquete fúnebre.
32 Los sacerdotes les quitan la vestimenta para vestir a sus mujeres y sus hijos.
33 Si alguien les hace daño o favor, no pueden darle su merecido. Ni pueden poner ni quitar rey.

34 Tampoco son capaces de dar ni riquezas ni dinero. Si alguien les hace un voto y no lo cumple, no le piden cuentas.
35 Jamás libran a un hombre de la muerte, ni arrancan al débil de las manos del poderoso.
36 No pueden devolver la vista al ciego, ni liberar al hombre que se halla en necesidad.
37 No tienen piedad de la viuda ni hacen bien al huérfano.
38 A los peñasos sacados del monte se parecen esos maderos recubiertos de oro y plata, y sus servidores quedan en vergüenza.

39 ¿Cómo, pues, se puede creer o afirmar que son dioses?
40 Más aún, los mismos caldeos los desacreditan cuando, al ver a un mudo que no puede hablar, lo llevan donde Bel, pidiéndole que le devuelva el habla, como si este dios pudiera percibir.
41 Y no pueden ellos, que piensan, abandonar a sus dioses que no sienten nada.
42 Las mujeres, ceñidas de cuerdas, se sientan junto a los casminos quemando como incienso el salvado,
43 y, cuando una de ellas, solicitada por algún transeúnte, se acuesta con él, reprocha a su vecina de no haber sido hallada digna como ella y de no haber sido rota su cuerda.

44 Todo lo que se hace en honor de ellos es engaño. ¿Cómo, pues, se puede creer o afirmar que son dioses?
45 Han sido fabricados por artesanos y orfebres, y no son cosa que lo que sus artífices quieren que sean.
46 Los mismos que los han fabricado no duran mucho tiempo; ¿cómo, pues, van a ser dioses las cosas fabricadas por ellos?
47 Sólo mentira y oprobio han dejado a su posteridad.
48 Y cuando les sobrevienen guerras o calamidades, los sacerdotes deliberan entre sí dónde esconderse con ellos.

49 ¿Cómo, pues, no darse cuenta de que no son dioses los que no pueden salvarse a sí mismos de la guerra ni de las calamidades?
50 No siendo otra cosa que madera dorada y plateada, se reconocer reconocerá más tarde que no son más que mentira. Para todos, naciones y reyes, quedará claro que no son dioses, sino obras de manos de hombres, y que no hay en ellos obra alguna de un dios.
51 ¿A quién, pues, no parecerá evidente que no son dioses?
52 No pueden poner rey en un país, ni dar a los hombres la lluvia.

53 No saben juzgar sus pleitos, ni liberar y proteger al agraviado, porque son incapaces; como cornejas son entre el cielo y la tierra.
54 Pues si llega a prender el fuego en la casa de esos dioses de madera, dorados y plateados, sus sacerdotes escaparán y se pondrán a salvo, pero ellos serán, como postes, presa de las llamas.
55 Tampoco pueden resistir a rey ni a ejército enemigo.
56 ¿Cómo pues, admitir o creer que son dioses?
57 Ni de ladrones y salteadores pueden defenderse estos dioses de madera, plateados y dorados; aquéllos, más fuertes que ellos, les quitan el oro, la plata y la vestimenta que los recubre, y se van con ello, sin que los dioses puedan socorrerse a sí mismos.

58 De modo que es mucho mejor ser un rey que ostenda su poder, o un utensilio provechoso en una casa, del cual se sirve su dueño, que no estos falsos dioses; o una puerta en una casa, que guarda cuanto hay dentro de ella, que no estos falsos dioses; o bien un poste de madera en un palacio, que no estos falsos dioses.
59 El sol, la luna y las estrellas, que brillan y tienen una misión, son obedientes:
60 igualmente el relámpago, cuando aparece, es bien visible; asimismo el viento sopla en todo país;

61 las nubes, cuando reciben de Dios la orden de recorrer toda la tierra, la ejecutan al punto; y el fuego, enviado de lo alto a consumir montes y bosques, hace lo que se le ha ordenado.
62 Pero aquéllos no pueden compararse a ninguna de estas cosas, ni en presencia, ni en potentia.
63 Así que no se puede creer ni afirmar que sean dioses, puesto que no son capaces de hacer justicia ni de proporcionar bien alguno a los hombres.
64 Sabiendo, pues, que no son dioses, no les temáis.

65 Tampoco pueden maldecir ni bendecir a los reyes;
66 ni hacer ver a las naciones señales en el cielo; ni resplandecen como el sol, ni alumbran como la luna.
67 Las bestias valen más que ellos, porque pueden, refugiándose bajo cubierto, ser útiles a sí mismas.
68 Por ningún lado, pues, aparece que sean dioses; así que no les temáis.
69 Como espantajo en cohombral, que no guarda nada, así son sus dioses de madera, dorados y plateados.
70 También a un espino en un huerto, en el que todos los pájaros se posan, o a un muerto echado en lugar oscuro, se pueden comparar sus dioses de madera, dorados y plateados.

71 Por la púrpura y el lino que se pudre encima de ellos, conoceréis también que no son dioses. Ellos mismos serán al fin devorados y serán un oprobio para el país.
72 Mucho más vale, pues, el hombre justo, que no tiene ídolos; él estará lejos del oprobio.